Berriozábal, Chiapas. Enero 2018
A
Don Antonio Martínez Gutiérrez.
Nos separaban, no más de veinte pasos de
la acera al portón de hierro de la entrada principal, yo iba cargando con la
mano derecha el veliz de papa, de mi hombro izquierdo colgaba su viejo bolso
marrón, de cuero y correas. Papá caminaba apenas por delante de mí, arrastraba
los pies con lentitud, parsimonia y suavidad; con una de las manos sostenía por
delante su sombrero de fieltro y paño.
Papá detuvo sus pasos, volteo a verme y
preguntó
-¿residencia de retiro?
Asentí con la cabeza
-¿un asilo? Preguntó esta vez
¡Residencia papá! Respondí, subiendo un
poco el tono de la voz. Ya lo hemos hablado antes ¡Aquí tendrás amigos!
Papá sostuvo mi mirada
-¡encerrado! Exclamó, y volvió a retomar
su andar.
Banti
ay a'na kaxlan, kaxlan (dónde está tu casa, ladino, ladino)
Mi casa se quedó perdida entre los
cafetos, la humedad, la neblina y los sueños de Yajalón. Allá quedó también, enterrado
mi ombligo. Entre Chilón y Yajalón.
Bin
a biil kaxlan (cómo te llamas, ladino) ¡Antonio!
es así como me llamo. Antonio el que puso tierra de por medio, el que dejó
caminos y senderos andados entre Tila, Petalcingo y Bachajón. El que casó después
y fundó su propia estirpe, el que llenó su corazón de flores y canciones,
algunas veces con voz alegre, y otras veces, con voces tristes.
Papá cumple ochenta y siete inviernos, ¿inviernos?
Si, después de los ochenta ya no se cumplen más, las primaveras. De su ágil
caminar sólo quedan los recuerdos, de sus fuertes manos y brazos, tan sólo resabios
quedan. Lo único que ha quedado intacto, es el intenso brillo en sus ojos, la
palabra pausada y sabia, la lucidez de su memoria y la candidez de su lenguaje.
¡Papá se va quedando solo!
-los hijos tenemos que seguir nuestros
propios caminos, igual como él tomó en su momento, el suyo.
¡Justificaciones ingratas! Yerras
apreciaciones.
Residencia de retiro, Casa hogar, Beneficencia
¡Asilo!
Cuidado, asistencia, compañía ¡Tranquilidad!
en el postrero tiempo que, culminará, sin duda alguna.
Dos o tres pasos más y el inminente
toquido del portón para traspasar de la libertad, como decía mi padre, a la
oscuridad de la residencia de retiro ¡asilo de mierda!
Papá detuvo totalmente los pasos, y
encaró una vez más mi mirada.
-Antes de entrar y despedirnos, deja
hijo que te cuente esta historia:
Alguna vez me propuse amansar una mula,
le di mazorcas de maíz en la boca, le colgué sobre el pescuezo, un morral con
granos de maíz ¡repleto!, acaricie su lomo, su cuello, su cabeza, palmee después
las ancas, le coloqué primero la falsa rienda, sudaderas de fieltro y algodón. Lo
pasee por los lodosos caminos reales rumbo al rancho en Yajalón, con la silla
de montar medianamente sujeta. Se acostumbró a mi mano y a mis caricias,
acicalé sus recortadas crines, la llamé Chaparra y obediente, Chaparra acudía a
mi presencia al escuchar el sonido del maíz sacudido en el morral. Una buena
mañana, después de un largo y paciente tiempo, sujeté la silla de montar con
firmeza y así, sujeta, deje que pasaran días y días de paseo jalándola de la falsa
rienda. Hallé sin duda ternura y confianza en la mirada de la mula, Chaparra le
llamaba, y Chaparra, sin ningún temor acercaba su cabeza a mi pecho, acariciándome
también ella. El descalabró me llegó día tras día. Intento tras intento. Chaparra
siguió comiendo de mi mano, siguió acercando su cabeza a mi pecho, siguió disfrutando
el acicale de sus crines con mis manos. Siguió aceptando con nobleza, la falsa
rienda y la silla de montar sujeta. Siguió también, descabritándose como
demonio, al sentir mi pie derecho en el estribo de la silla.
¡Zafaduras de hombro, golpes en la
espalda, en la cabeza, en malaya sean las partes! De todo un poco.
La terquedad de la mula, era apenas, ligeramente
menor que la mía. Una buena mañana de lluvia, acaricie su cabeza, sacudí con
ambas manos el morral repleto de granos de maíz, y esta vez, en lugar de
colgarlo a su pescuezo para que, los comiera, dejé el morral, colgado del
gancho de una puerta, lejos de la mula. En vez también, de acicalar sus crines
y de llamarla Chaparra, me concreté a colocarle la rienda verdadera, con el freno
de hierro en la boca, un hilillo de sangre brotó de la comisura. Coloqué sobre
el lomo sudadera tras sudadera, ajusté la silla de montar apretando fuerte cincha
y cubre cola. Recorté con la rienda en la mano izquierda hasta hacer que el
dolor en la boca de la mula, hiciera que, recortara la cabeza y el cuello,
sobre su pecho; coloqué mi pie izquierdo en el estribo y me así firme con las
manos, de la manzana de la silla. El giro de mi cuerpo con el pivote de mi pie
izquierdo en el estribo hizo que, de un sólo intento, me encontráse de pronto
montado sin aspaviento alguno en el lomo de la bestia.
A partir de allí, la monté sin
miramiento alguno. Iba de camino en camino, a veces a trote y a galope tendido,
otras a paso lento. Alguna vez la mula hacía intentos de tumbarme al suelo, y
yo me sostenía asido con firmeza de la manzana de la silla, con los pies bien
armados en los estribos y más que nada, con los talones hincados en los ijares
de la bestia y la rienda de fierro recortada hasta sangrar la boca.
¡No lo niego! En un descuido o en un
desliz, fueron también en más de una ocasión, mis huesos echados abajo, y me
toco morder el polvo y acariciar con las nalgas, la tierra.
La mula, los ijares, la rienda de fierro
sangrando la boca, el trote, el paso lento, las caídas. Los pies sujetos en los
estribos, el chicote en la mano derecha, la rienda asiendo con firmeza.
Las coces de la bestia, los brincos encabritados
e inútiles, el descuido, la vuelta a morder el polvo.
¡La vida! Hijo ¡La vida!
Volvimos a casa ante la mirada atónita de
mi mujer, y ante la algarabía de los nietos, mis hijos. Por la tarde, para
celebrar su cumpleaños, mi mujer preparó un pastel de chocolate y mi padre y yo,
bebimos tres o cuatro tazas de café. Reímos al revivir el breve paseo que
hicimos esta mañana, ni él ni yo tuvimos ni el deseo, ni las agallas de tocar
la puerta de la Residencia de retiro.
-¿Residencia de retiro? Preguntó mi
padre, mientras reía, llevándose la taza de café a los labios.
¡Asilo de mierda! Respondí a la vez, tomándome
mi quinta taza de expresso, o mi octava o novena, o la que fuera.
13 de enero del 2018. By
Oscar Mtz. Molina
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