sábado, 13 de enero de 2018

Residencia de retiro


Berriozábal, Chiapas. Enero 2018


A Don Antonio Martínez Gutiérrez.


Nos separaban, no más de veinte pasos de la acera al portón de hierro de la entrada principal, yo iba cargando con la mano derecha el veliz de papa, de mi hombro izquierdo colgaba su viejo bolso marrón, de cuero y correas. Papá caminaba apenas por delante de mí, arrastraba los pies con lentitud, parsimonia y suavidad; con una de las manos sostenía por delante su sombrero de fieltro y paño.
Papá detuvo sus pasos, volteo a verme y preguntó
-¿residencia de retiro?
Asentí con la cabeza
-¿un asilo? Preguntó esta vez
¡Residencia papá! Respondí, subiendo un poco el tono de la voz. Ya lo hemos hablado antes ¡Aquí tendrás amigos!
Papá sostuvo mi mirada
-¡encerrado! Exclamó, y volvió a retomar su andar.

Banti ay a'na kaxlan, kaxlan (dónde está tu casa, ladino, ladino)
Mi casa se quedó perdida entre los cafetos, la humedad, la neblina y los sueños de Yajalón. Allá quedó también, enterrado mi ombligo. Entre Chilón y Yajalón.
Bin a biil kaxlan (cómo te llamas, ladino) ¡Antonio! es así como me llamo. Antonio el que puso tierra de por medio, el que dejó caminos y senderos andados entre Tila, Petalcingo y Bachajón. El que casó después y fundó su propia estirpe, el que llenó su corazón de flores y canciones, algunas veces con voz alegre, y otras veces, con voces tristes.

Papá cumple ochenta y siete inviernos, ¿inviernos? Si, después de los ochenta ya no se cumplen más, las primaveras. De su ágil caminar sólo quedan los recuerdos, de sus fuertes manos y brazos, tan sólo resabios quedan. Lo único que ha quedado intacto, es el intenso brillo en sus ojos, la palabra pausada y sabia, la lucidez de su memoria y la candidez de su lenguaje.
¡Papá se va quedando solo!
-los hijos tenemos que seguir nuestros propios caminos, igual como él tomó en su momento, el suyo.
¡Justificaciones ingratas! Yerras apreciaciones.
Residencia de retiro, Casa hogar, Beneficencia ¡Asilo!
Cuidado, asistencia, compañía ¡Tranquilidad! en el postrero tiempo que, culminará, sin duda alguna.
Dos o tres pasos más y el inminente toquido del portón para traspasar de la libertad, como decía mi padre, a la oscuridad de la residencia de retiro ¡asilo de mierda!

Papá detuvo totalmente los pasos, y encaró una vez más mi mirada.

-Antes de entrar y despedirnos, deja hijo que te cuente esta historia:

Alguna vez me propuse amansar una mula, le di mazorcas de maíz en la boca, le colgué sobre el pescuezo, un morral con granos de maíz ¡repleto!, acaricie su lomo, su cuello, su cabeza, palmee después las ancas, le coloqué primero la falsa rienda, sudaderas de fieltro y algodón. Lo pasee por los lodosos caminos reales rumbo al rancho en Yajalón, con la silla de montar medianamente sujeta. Se acostumbró a mi mano y a mis caricias, acicalé sus recortadas crines, la llamé Chaparra y obediente, Chaparra acudía a mi presencia al escuchar el sonido del maíz sacudido en el morral. Una buena mañana, después de un largo y paciente tiempo, sujeté la silla de montar con firmeza y así, sujeta, deje que pasaran días y días de paseo jalándola de la falsa rienda. Hallé sin duda ternura y confianza en la mirada de la mula, Chaparra le llamaba, y Chaparra, sin ningún temor acercaba su cabeza a mi pecho, acariciándome también ella. El descalabró me llegó día tras día. Intento tras intento. Chaparra siguió comiendo de mi mano, siguió acercando su cabeza a mi pecho, siguió disfrutando el acicale de sus crines con mis manos. Siguió aceptando con nobleza, la falsa rienda y la silla de montar sujeta. Siguió también, descabritándose como demonio, al sentir mi pie derecho en el estribo de la silla.

¡Zafaduras de hombro, golpes en la espalda, en la cabeza, en malaya sean las partes! De todo un poco.

La terquedad de la mula, era apenas, ligeramente menor que la mía. Una buena mañana de lluvia, acaricie su cabeza, sacudí con ambas manos el morral repleto de granos de maíz, y esta vez, en lugar de colgarlo a su pescuezo para que, los comiera, dejé el morral, colgado del gancho de una puerta, lejos de la mula. En vez también, de acicalar sus crines y de llamarla Chaparra, me concreté a colocarle la rienda verdadera, con el freno de hierro en la boca, un hilillo de sangre brotó de la comisura. Coloqué sobre el lomo sudadera tras sudadera, ajusté la silla de montar apretando fuerte cincha y cubre cola. Recorté con la rienda en la mano izquierda hasta hacer que el dolor en la boca de la mula, hiciera que, recortara la cabeza y el cuello, sobre su pecho; coloqué mi pie izquierdo en el estribo y me así firme con las manos, de la manzana de la silla. El giro de mi cuerpo con el pivote de mi pie izquierdo en el estribo hizo que, de un sólo intento, me encontráse de pronto montado sin aspaviento alguno en el lomo de la bestia.

A partir de allí, la monté sin miramiento alguno. Iba de camino en camino, a veces a trote y a galope tendido, otras a paso lento. Alguna vez la mula hacía intentos de tumbarme al suelo, y yo me sostenía asido con firmeza de la manzana de la silla, con los pies bien armados en los estribos y más que nada, con los talones hincados en los ijares de la bestia y la rienda de fierro recortada hasta sangrar la boca.
¡No lo niego! En un descuido o en un desliz, fueron también en más de una ocasión, mis huesos echados abajo, y me toco morder el polvo y acariciar con las nalgas, la tierra.
La mula, los ijares, la rienda de fierro sangrando la boca, el trote, el paso lento, las caídas. Los pies sujetos en los estribos, el chicote en la mano derecha, la rienda asiendo con firmeza.
Las coces de la bestia, los brincos encabritados e inútiles, el descuido, la vuelta a morder el polvo.
¡La vida! Hijo ¡La vida!

Volvimos a casa ante la mirada atónita de mi mujer, y ante la algarabía de los nietos, mis hijos. Por la tarde, para celebrar su cumpleaños, mi mujer preparó un pastel de chocolate y mi padre y yo, bebimos tres o cuatro tazas de café. Reímos al revivir el breve paseo que hicimos esta mañana, ni él ni yo tuvimos ni el deseo, ni las agallas de tocar la puerta de la Residencia de retiro.
-¿Residencia de retiro? Preguntó mi padre, mientras reía, llevándose la taza de café a los labios.  
¡Asilo de mierda! Respondí a la vez, tomándome mi quinta taza de expresso, o mi octava o novena, o la que fuera.


13 de enero del 2018. By Oscar Mtz. Molina

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