jueves, 20 de abril de 2017

Los dedos del diablo



La encontraron escondida bajo mi cama. A la luz de las antorchas, las rendijas de sus ojos llorosos nada tenían que ver con guaridas de gatos negros o aquelarres. La niña temblaba de miedo. «Es sólo una huérfana en busca de comida y abrigo», dije tratando de cubrir su desnudez. «¡He aquí la prueba de su brujería!», espetó el primer inquisidor, «la maldita hechizó incluso al señor obispo». No dije más. Ella fue condenada a la hoguera, y yo a buscar a otra alma libre que acompañe mis noches.

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