Con los amigos futboleros. Cd. de México, 2016
¡Estupefactos!
Ninguno de los allí presentes, mi mujer y los otros abuelos incluidos,
acertamos a hallar la explicación.
Literal, el jugador recibió el balón de la banda contraria, matando la
bola con el pecho, y lo hizo entre dos defensas; el balón se elevó en línea
recta por encima de su cabeza, justo en el tiempo preciso para que, el mismo
jugador, se diera vuelta de espaldas a la portería, y se elevara en
espectacular pirueta, logrando la chilena más perfecta; el balón sostenido
milagrosamente en el aire, describió una vez recibida la patada, una
indescriptible parábola hasta anidarse en el ángulo superior derecho de la
meta.
¡Justo en la horquilla!
De nuestras gargantas los desaforados gritos de algarabía extrema.
Mi mujer, sentimental hasta las canas, se permitió un par de lágrimas.
¡Goooooooooooooooooool!
Era según el monitor, el último minuto de aquel juego.
México 1 y Alemania 0
Aquel portentoso gol hacía la hazaña.
El asombro de tal proeza en nuestras caras.
La mirada fija, inamovible a la pantalla. Emociona a cualquiera ser testigo de tanta magia.
Nos alejamos a corazón contrito. Los viejos no podemos ser partícipes de
más de una emoción de tal envergadura.
Mientras nos alejábamos aún temblorosos me pareció oír de uno de los
amigos de mi nieto, a este último.
-diles wey, que se trata de un
videojuego de FIFA.
Y si piensan lo mismo que yo, a mí también me dieron ganas, un sólo
moquete al nieto de mierda.
Nos despedimos esa tarde de casa de mi hijo con esa sensación de haber
perdido la inocencia.
Mi mujer mientras iba en el auto repetía una y otra vez.
-¡no por Dios! Qué emoción. Y yo
veía cómo se llenaban de nuevo sus ojitos de lágrimas.
¡Qué poca madre de llenarle a uno la vida de esperanzas!
© 2016 By Oscar Mtz. Molina
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