Autorretrato, Altamira 2016
¡El olor a mariscos cocinándose impregnaba espacio y tiempo!
Levantó con la mano izquierda la tapa del enorme sartén.
Mantequilla y aceite de olivo, la base. Las jaibas, marinadas en salsa de
chipotle y pimienta y sal, tornándose rojizas. Los vapores desprendiéndose en
una grisácea nube. El vaso de ron de caña en la mano derecha. Bebió un largo
trago y sin pensarlo demasiado, vació el resto de ron en la sartén rociando las
jaibas. ¡Una enorme llamarada chamuscándolas! Rió a carcajadas por su
ocurrencia. Tapó la sartén y dejó que la cocción continuara por unos pocos minutos.
Estaba sin camisa y con una sucia barba de tres días. Sudando
por pecho y espalda. Despeinado y apenas lavado de la cara. Tres días también
de apenas breves horas de pegar pestañas. El tecleo ágil y sin pausas en el
tablero de su vieja laptop. Inservible para otras funciones que no fuesen las
de máquina de escritura. Las vueltas y vueltas de ideas en la cabeza. Tres días
también de descorchar botellas de vino y del cigarro tras cigarro en una
fumadera sin fin.
Retiró la sartén de la hornilla y la llevó a la mesa. Apartó
libros y cuadernos de notas. Hojas con delicados dibujos a lápiz. Estilizados
autorretratos. Bocetos de bestias retorcidas. Aves.
Ella salió de la habitación contigua. Recién bañada. Blancas las
carnes. Pequeña de estatura. Indescriptible. Senos y nalgas firmes. Piernas
esbeltas sin un ápice de grasa. Ágil. Completamente desnuda.
Sonriente. Ojos claros, verdes o azules. El cabello húmedo,
recortado hasta los hombros. Sonrisa inocente.
Sirvió sendos vasos de vino. Los vapores de mariscos
irrespirables.
¡Espléndidamente irrespirables!
Coqueta se sentó sobre la mesa y cuidadosa cogió una jaiba. Pasó la
lengua sobre ella, saboreando. Mordisqueó el vientre de la jaiba, inundando
labio y paladar. Jugos inenarrables. Chipotle, pimienta, sal, olivos, jaiba,
ron. Entornó la mirada.
Mordisqueó su vientre. Ahora era él, quien se prendía a su sexo,
ofrecido en la mesa. Aspirando con fruición otros aromas mucho más exquisitos,
bebiendo sorbo a sorbo otros jugos mucho más enloquecedores.
Juego de proezas.
Destazar una jaiba embebida en chipotle a dentelladas, sin
mancharse. Y llevar por el cielo, una hembra. Lujuria de las carnes.
Dormitó apenas cuarenta y siete minutos. Lavó de nuevo cara y
cabeza con agua del lavabo. Las axilas y los brazos pegosteados de sudores. El
sofocante calor del mediodía. Echó agua en el cuello y en los brazos, en la
nuca y en la espalda. En su abultado abdomen.
Apenas tomó una toalla para secarse las manos. Se sentó una vez
más ante la laptop. Se sirvió medio vaso de tinto. Prendió un cigarro
sosteniéndolo entre los labios. Comenzó el tecleo infame.
“¡El olor a mariscos cocinándose impregnaba espacio y tiempo!…”
Comenzaba así su novela.
Mientras escribía tecleando, miró de reojo los dibujos que había
hecho. Autorretratos. Bocetos de una joven.
“Salió de la habitación contigua. Recién bañada. Blancas las
carnes. Pequeña de estatura. Indescriptible…”
Empezó a describirla en su relato.
A las dos de la tarde. Puntual como siempre. Llegó Matilde, su
casera. Mujer madura, casada y religiosa de las de atar rosarios. Madre de tres
adolescentes. Entrada en carnes. ¡Muy entrada en carnes! Escuchaba el tintineo
constante de las teclas. Limpió la habitación en silencio. Arregló cama y
retiró del baño los paños húmedos. Pasó por encima escoba y plumero. Se acercó
después al hombre y a la máquina. Tintineo constante. Ofreció de un plato
despostillado dos empanadas de frijoles y queso. Una taza de café. ¡Caliente!
Vertido desde un desvencijado termo.
“Ella se sentó sobre la mesa y cuidadosa cogió una jaiba…”
Escribía justo esta frase.
Suspendió la escritura. Cogió una empanada y dio una enorme
mordida. Bebió enseguida dos o tres tragos de café.
-Doña Matilde, dijo entonces él.
-¿le gustaría salir en mi novela?
Doña Matilde sonrió muy apenas.
-¿y qué tendría yo que hacer? Dijo ella
-¡Nada! Exclamó él
Y la tomó de la cintura sentándola a la mesa. Hizo con el dedo
índice de la mano derecha y sus labios, la señal de guardar silencio.
Gentil empezó a separarle las piernas.
“Mordisqueó su vientre. Ahora era él, quien se prendía a su
sexo, ofrecido en la mesa…”
Así seguiría justo, su historia.
Dic. Altamira 2016
By Oscar Mtz. Molina
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