Antes que el chiquillo iniciara el viaje definitivo, el guía espiritual le habló un poco de la medicina oriental “donde los enfermos curan a base de piquetes en sitios específicos del cuerpo. La
llaman acupuntura, y libra a los humanos de sus males orgánicos y psíquicos”. Pero el chiquillo pronto se olvidó del asunto y centró toda su atención en su próximo nacimiento.
“Porque, pensó, después de todo, mi lugar de origen está al lado del
mundo”.
Ahora, cuando la undécima aguja se
clavó despiadada sobre el dorso de su mano, en busca de una vena, el neonato no supo
diferenciar si el dolor era provocado por la punción del catéter o por la firmeza de la tenaza
que le frustraba todo movimiento.
—Tranquilo, mocoso, ya sólo falta un recambio de 50 mililitros —dijo su ejecutor entre dientes.
El escuincle trató de
gritar que él estaba más sano que un tlacuache y que no quería ser sometido a ningún tormento de medicina
oriental. Pero era inútil: solo conseguía emitir un chillido incomprensible.
Maldijo en silencio cuando la
duodécima aguja perforó su piel.
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