martes, 27 de diciembre de 2011

Llamado de sangre

 
Nochebuena daba paso a Navidad. La tenue luz de la aurora agredía la visión del pálido Santa quien, por un momento, se creyó con tremenda resaca. A pesar del dolor de cabeza, su memoria colocaba frente a sí la imagen de la linda mujer: esbelta, de rostro níveo, y una linda y rosada lengüita que mostraba entre dos caninos apenas prominentes.

—Las mujeres, ¡ay!, las mujeres —decía, tocándose el cuello dolorido.

En su oído aún sentía su aliento y esa vocecilla que decía; “tu traje me abre el apetito y mi debilidad son los hombres rubicundos”.

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