sábado, 5 de noviembre de 2011

Del amor V: Sin interés


EL REGALO DE LA MUERTE.

Lucio, Luchito como le decíamos sus amigos, a los 40 años de su exitosa vida; dueño de numerosos negocios que le permitían una vida más que holgada a él y a su numerosa familia; sufrió un infarto repentino. Su duro corazón, indiferente al sufrimiento ajeno y ávido de atesoramientos, también atiborró grasa en sus arterias hasta colapsar. Angustiado se resistía a acompañar a la flaca al viaje final, no podía, no debía morir. La buena muerte le había concedido la gracia de ver su tiempo perdido. Y se recuperó...

El primer día que pudo salir de casa por su propio pié, al abrir la puerta, a punto estuvo de pisar unos "segundos" y unos "minutos" yaciendo a raíz de suelo, maravillado los levantó, los inspeccionó y se los echó al bolsillo. Con paso lento, cuidando ese amiguito que aún latía en su pecho echo a andar hacia el consultorio de su cardiólogo distante unas pocas cuadras. Unos impacientes "minutos" posados en la banca de la parada del autobús fueron el siguiente hallazgo, con lo cual llenó todos sus bolsillos. Pasar frente a la barbería y saludar a Figueres fue la causa de encontrar unas peludas "medias horas" entre las revistas y espejos del local, llenó una bolsa con ellas y feliz llegó a la sala de espera del doctor. Ya intencionalmente buscó y encontró unos angustiados "momentos" ocultos bajo el escritorio de la recepcionista los cuales abarrotaron el portafolio que llevaba. Al entrar con el médico se sentía realmente bien y cuando sorprendido el galeno le confirmó su buen estado de salud comprendió el alcance del regalo que había recibido en trance de muerte.

Así fue que a la obsesión de atesorar dinero, Luchito dio por atesorar su tiempo perdido. Empezó a buscar en cuanto lugar podía haberlo: en el aeropuerto unas "emperifolladas horas", angustiadísimos "momentos" en la sala del dentista y hasta unos juguetones "ratos" en la puerta de la tortillería.

Al bienestar físico siguió el rejuvenecimiento. Cuando logró llenar un gran cuarto con todos esos tesoros, Luchito volvió a ser un niño de 7 o 6 años. Fue entonces que el niño jugando en el parque tropezó con un viejo pordiosero y como en los bolsillos no encontró monedas le regaló unos cuantos "minutos" que llevaba en la bolsa. Después de esto se le vio en hospitales y asilos convidando a enfermos y ancianos y no paró hasta que, poco tiempo después al ir a buscarlo a su lujosa mansión, lo encontré completamente solo, envejecido, agónico y feliz.

3 comentarios:

Oscar mtz dijo...

saludos. grato relato. con un final esperanzador.

josé manuel ortiz soto dijo...

Definitivamente, muy buena historia. Con unos retoques, un cuento fabuloso, Alfonso.

Digno de aniversaliro,
saludos.

Alfonso Pedraza dijo...

Gracias Óscar y Manolo, y disculpas por mis ausencias.
Alfonso