domingo, 24 de julio de 2011

El Internado: (IV) El principio del juego


El Hijo de Puta arrojó fuera del cubreboca su sonrisa de topo. La mancha azul claro, sintiéndose liberada del fétido aliento que la aprisionaba, se deslizó discretamente hacia el cuello sudoroso, intentando la huida. La humedad la cubrió inmediatamente por capilaridad. Luego, desteñida, confundida entre las gruesas y oscuras gotas aceitosas, la mancha se adhirió fuertemente a la piel, dejando apenas una diminuta cicatriz en el sitio del deceso.
El Hijo de Puta, satisfecho por el temor que despertaba, alacranó marcialmente sus puntiagudos bigotes, mostrando al mismo tiempo sus dos hileras de dientes amarillos. Con sonrisa sardónica, extendió al joven interno el arrugado papel.
            ¾Doctor Cocús: tienes guardia de castigo.
La voz retumbó en el cerebro del joven médico como un petardo en el interior de una olla de peltre. El sentimiento de perro apaleado al que atan un cohete al rabo, resbaló por su columna vertebral. Trató de tranquilizarse para comprender cuál había sido su falta y equiparar el castigo.
¾Todo fue un malentendido, doctor... ¾escuchó su voz, escapando sin fuerza por su garganta, respetuosa, temerosa, justificando su acto. El Hijo de Puta movió mecánicamente la cabeza, negando clemencia. No estaba acostumbrado a escuchar réplicas y menos si éstas proveían de un simple interno de pregrado.
Cocús repasó los hechos. A las doce en punto dejó el área de Toco Cirugía y echó a correr hacia el piso de pediatría. En el camino se cruzó con una R1 de pediatría, quien le dijo que la clase estaba suspendida, pero que no olvidara los artículos científicos del jueves. Cambió de dirección y fue a la biblioteca: una hora de búsqueda por cinco artículos. Consideró afortunada la decisión.
¾Sigues siendo un joven precavido ¾ le susurró el Ego al oído. Cocús volvió a Toco Cirugía, satisfecho.
¾Buenas tardes, doctor ¾le escupió en la cara el Hijo de Puta, embozado en el cubreboca azul¾. ¿Qué tal estuvo la clase? ¾volvió al ataque, esperando una mentira acusadora, saboreando el efecto demoledor de sus palabras.
Las piernas de Cocús amenazaron con dejarlo caer. ¿Cuándo se había visto a un coordinador de internos a las catorce horas rondando por los servicios, supervisando labores? No necesitaba ser inteligente para comprender que aquella repentina aparición tenía un motivo. Él era el motivo, carajo, y no le gustaba nada.
¾No tuvimos clase, doctor Hijo de Puta ¾musitó con voz endeble, tratando de descifrar el porvenir. Y las imágenes de la clase suspendida, la biblioteca y los artículos pasaron corriendo por el pasillo, burlonas.
¾Pues ya te jodiste, pinche interno ¾pensó su oscuro cerebro, saboreando su triunfo, mientras entregaba el memorándum en que se hacía oficial la guardia de castigo¾. Te quedas encerrado el próximo sábado 27 de enero, doctor.
Y sin esperar respuesta, irguió su cuerpo flaco y torpe y se marchó por el pasillo blanquecino.
¾El muy hijo de puta... ¾susurró Cocús, frustrado, al borde de las lágrimas, maldiciendo el momento en que se le ocurrió pasar a la biblioteca¾ ¡El muy hijo de puta me dejó castigado en el día de mi cumpleaños!
Esta vez, las lágrimas le mordieron la cara, tratando de animarlo.

Imagen tomada de la red.

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