jueves, 7 de agosto de 2014

La residencia (XX): La Magorila


La Magorila nació un día como quien es abandonado a su propia desgracia en la puerta de un convento o tirado en un basurero. Pasó tres noches sin entender qué sucedía, pues de nada sirvieron las clases en la escuela de neonatos celestiales: jamás entendió una sola palabra de lo que un arcángel-profesor se empeñaba en recitar; inútiles fueron los pellizcones o jalones de greñas, o demás métodos educativos instituidos por los discípulos del Marqués de Sade, y menos las puntiagudas orejas del ejemplar burro que nunca faltó como adorno del aula. Finalmente, el instructor consideró que todo intento de enseñanza era una pérdida de tiempo, y decidió mandarla a la Tierra en un parto anticipado. Y así, de la nada, de ningún óvulo fecundado por un espermatozoide, nació la Magorila: un callejón citadino fue su madre y padre. A la cuarta noche, cuando la hipoglicemia y el frío mellaban su monumental figura, tuvo un lapso de iluminación e intercambió palabras y bufidos con un par de perros callejeros que pepenaban entre los desperdicios.
—Aggghhh —dijo la Magorila—. ¿Es común que en este mundo los niños nazcan en basureros?
Los niños no contestó el mas valiente de los pepenadores, un perro flaco y huesudo, con gestos cantinflescos. Desde luego, siempre que no sean hijos de miserables.
¿Y entonces qué hago yo en este lugar?
Hermanados a las hienas, los perros soltaron la carcajada. Gruesas gotas de saliva animal salpicaron el rostro de la recién nacida, que no entendía ni puta madre.
¿Eres pendeja o te haces? se envalentonó el perro más flaco.
Y se escuchó una nueva carcajada.
Quizás eres el resultado de una relación enfermiza...
de una vaca con un gallo...
de un zorro con un asno...
de un humano con un chapulín...
o de un gorila con un oso...
Un llanto lastimero se dejó escuchar.
Pero no debes llorar la consolaron los perros, reconociendo que se habían pasado de lanza, en esta vida si no eres un bastardo posiblemente ya estás muerta; o eres solo una masa de excremento de alguien que hizo sus necesidades apresuradamente... Anda, apártate de nuestra vista, que ya bastante tiempo nos has quitado con tu absurda filosofía.
Y se alejaron, riendo con la mediocridad más propia de hienas, que de perros callejeros.