Aunque no prometimos silencio, no diré su nombre, porque era una mujer casada y, además, yo cortejaba a Yuyú (sin imaginar que me haría perder seis preciados meses de internado). Por fortuna, las cosas estaban por cambiar después de aquel sábado.
―¡Felicitaciones,
Cocús! ―dijo una voz a mi espalda.
Ahí estaba la Morena:
delgada, alta, pelo corto y lacio, senos pequeños, pero amplia de caderas. En
un instante se me reveló el secreto de por qué mi amigo el Cabezón la asediaba
descaradamente.
―¿Es tu cumpleaños,
no? ―La Morena sonriendo un tanto desconcertada, me extendió un paquetito
adornado con un moño hecho con un cubreboca.
―Sí ―balbucí y acepté
el regalo y el abrazo.
―Pero no lo abras
delante de tus amigos ―me susurró al oído―. No sería conveniente...
Seguí en silencio el
contoneo discreto de las caderas de la Morena hasta que abandonó el cuarto de
descanso, para perderse en alguna de las habitaciones del piso de cirugía. No
lograba explicarme cómo había pasado desapercibida para mí, hasta el día de
hoy.
―Órale, Cocús, no
pierdes tiempo con las A-36 ―dijo Pili desde la litera―. ¿Qué te regaló?
―No tengo la menor
idea, al rato lo reviso, ahora tengo que pasar visita en el cunero, nos vemos
al rato.
El detalle de la
Morena vino a disipar un poco el malestar que me había acompañado toda la
mañana. El marcador de regalos recibidos por mi cumpleaños 23 indicaba: Cocús
(regalo desconocido de la Morena) 1 ― Hijo de Puta (guardia de castigo) 1.
Imagen de David Ozuna: Mujer morena.
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