Saqueadorcito. Imagen tomada de Internet. Quintana Roo
-No lo dude, mi querido amigo: lo peor que pudo
pasarle a nuestro pobre país es que yo fuera presidente.
La frase
repiqueteaba en su cerebro mientras corría con la mirada fija contra el enorme
ventanal de cristales. En la mano derecha sostenía el pesado tubo obtenido de
algún sitio cercano. Un carro de esos de supermercado, reconocería después ante
la incrédula mirada de su esposa. La turba, enardecida por hacerse justicia por
propia mano, avanzaba desde y hacia distintos rumbos. Unos y otros en
estampidas coordinadas entre sí, azuzadas por una incesante gritería. El saqueo
del almacén visto desde una prudente distancia, parecía una carnicería ejecutada
por carroñeros insaciables. Aparatos eléctricos, juegos de video, estufas, refrigeradores,
camas, colchones. La risa plagada de nerviosismos. Los padres arrastrando a los
hijos en la inconciencia de llenarse los bolsillos de lo que fuese. Jóvenes
encapuchados y al grito de cristalazo, irrumpiendo con la violencia de los
pocos años. Los vidrios saltando al aire. Las vitrinas de las boutiques de moda
a la disposición de la rapiña. Blusas, faldas, pantalones, suéteres, y trajes
de moda. Taxis y autos desvencijados cooperando, motonetas y carros del
supermercado como improvisados burros de carga. Impávidos, algunos mirones
metían las manos al pantalón, o cruzaban sus brazos. Sonreían entre sí.
La mañana
previa, y ante los incesantes rumores en las redes sociales de probables
cierres de casetas y carreteras, tomaron camino a la ciudad de México. El
trayecto recorrido por trescientos setenta y cuatro kilómetros, había sido miel
sobre hojuelas. Mientras cruzaban la autopista rodeando Tulancingo, la
velocidad del rodamiento empezó a disminuir de manera gradual, hasta concluir
totalmente uniéndose en una caravana sin fin. Los rumores de las redes tomaban
finalmente su perfil de realidad. Sentado frente al volante veía a diestra y
siniestra, atrás y adelante. Aquel cuadro de apocalipsis. Pesados tráileres de
uno o doble remolque, camiones de pasajeros, camionetas con hijos pequeños,
autos con parejas inicialmente sonrientes que, tomaban aquel paro, como parte
del descanso de vacaciones. Camiones cargados de frutas y legumbres.
Naranjeros. Dos camionetas de tres toneladas, con vacas que entornaban los ojos
y rumiaban la poca comida ofrecida en esos lances. Él mismo encerrado en su
coche, con su mujer y su hija, y la pequeña mascota, dormitando en el asiento
de atrás. Los amagues de cuando en cuando ¡Se mueven!, y a subirse de prisa a
los autos y camiones, después de estirar un poco las piernas, y de recoger un
poco también, los nervios. Los amagues insufribles de recorrer unos pocos
metros, para enseguida, volver a padecer la incertidumbre y el enojo que, poco
a poco, va haciendo roncha en el cuerpo. Cuatro horas de espera y el asunto
parece no tener un punto de concordia. Autos pintarrajeados en el cristal
posterior. ¡No al gasolinazo! ¡Fuera Peña! ¡Muera el mal gobierno! Hombres y
niños orinando a un costado de la autopista, los prudentes, entre algún arbusto
que, dará al final de temporada, flores y frutos abonados en amoniaco; los poco
cuidadosos orinando junto a sus vehículos, encharcando el asfalto. Las mujeres,
jóvenes y maduras correteando a la intemperie hasta la gasolinera o hasta la
fonda para hacer lo mismo, por unos cuantos pesos. Una que otra atrevida,
envuelta en un rebozo y con el culo al aire, ahorrándose la caminata y los
pesos, y el frío.
-No lo dude, mi querido amigo: lo peor que pudo
pasarle a nuestro pobre país es que yo fuera presidente.
El
gusanillo haciendo nido en su cabeza. El desmadre entre camioneros y padres de
familia, y entre jóvenes agricultores y mujeres al volante. La ambulancia
varada justo en medio de aquel nudo de motores y chasises. ¡Se nos muere
nuestro paciente! ¡Viene muy grave! Gente de campo, gente sincera. Y en ese
mundo de caos endiabladamente complejo, en esa estrechez de maniobras, uno a
uno va poniendo su parte. El autobús de pasajeros acomoda su unidad en el poco
espacio que alguien sacrificó al no moverse, aún ante la tentación de recorrer
esos pocos metros hacia adelante. La ambulancia puede en un breve espacio dar
vuelta y volver en sentido contrario. Seguramente decenas de vehículos
acomodaron su paso hasta que, unos minutos después, y por una carretera
secundaria, vemos pasar la ambulancia marchando con su enfermo grave, ¿O su
cadáver?. Los rumores de nueva cuenta. El enojo por quienes han tomado la
autopista. Por quienes han lastimado la libertad de ir y venir. La disyuntiva
de buscar salir de aquel embrollo, o esperar a que se abra el paso. Las redes
sociales que hablan de destrozos y desmanes kilómetros más adelante. La entrada
a la ciudad por Ecatepec también tomada. Rapiña. Presencia policíaca. Toques de
queda. Conatos de violencia, allí mismo en esa fila de infortunados caminantes.
La reventa de aguas y refrescos. De plátanos fritos en bolsitas. Ya no están
cobrando la orinada, ¿ya no? No, ahora te obligan a comprar un plato de
empanadas, o unos tacos de cecina, y te prestan el W.C.
-No lo dude, mi querido amigo: lo peor que pudo
pasarle a nuestro pobre país es que yo fuera presidente.
A las
nueve de la noche escuchaban los pormenores del día en la televisión del hotel
en Tulancingo. Las imágenes de gente con palos y piedras, unos a la defensa de sus
comercios, otros al robo. Unos a gritos reconviniéndolos a no caer en
provocaciones. A la mesura. Otros al hurto, al destrozo. El taxi cargado con un
colchón en el toldo, una lavadora en la cajuela, sobre el colchón un
refrigerador grande, la mujer sentada en el pequeño espacio que, puede quedar
en ese nisán, abrazada en cruz a sus pertenencias robadas. Un hombre corriendo
con dos enormes paquetes de papel higiénico, cada uno bajo los brazos, y uno
más equilibrándose en la cabeza. Lord cagón, así lo bautizaran después entre
los tuiteros y los memes. La muerte de un policía al intentar impedir el atraco
a la gasolinera. Las imágenes crudas que los medios masivos han ido soltando a
la deriva. El cuerpo del hombre tirado en el suelo. Dos autobuses incendiados
en Ixmiquilpan. Allí también dos jóvenes tiroteados. Uno de ellos en el suelo,
en medio de un charco de sangre. Los mensajes interminables por el Facebook y
al wasap. Pequeños videos de actos vandálicos. Ciudades y poblados antes
calmos, ¡Humanizados! Ahora en la barbarie. Memes y memes absurdos, irritables.
Declaratorias de los prohombres de la política, derecha, centro izquierda,
llenos de mierda hasta la coronilla. La imagen de un french poodle, la misma
raza que su mascota, pero callejero, atravesando en solitario una calle semi
oscura, con la cola levantada y en el hocico una bolsa de Sabritas.
Saqueadorcito, será el mote del pequeño ladrón de marras. Habían tomado la
cena. Un plato de empanadas y cecina. Un tequila que a esas horas y después del
largo calvario, caía de perlas. Los churros comprados en la esquina. El sueño
profundo.
-No lo dude, mi querido amigo: lo peor que pudo
pasarle a nuestro pobre país es que yo fuera presidente.
Y a las
cuatro de la mañana la reflexión robándole el sueño. La educación y la cultura brillando por su ausencia. Las buenas costumbres. Los buenos hábitos. Las
enseñanzas cívicas, la moral de la iglesia. Las familias. El gasolinazo como
pretexto y el descontento volcado en una sociedad que se desquita. El clamor
por una reivindicación del pueblo, la sociedad decrepita y la adoración a
dioses no de barro, ni de lodo, ni de maíz, ni siquiera imaginarios. ¡Dioses
hechos de mierda, sólo!
-No lo dude, mi querido amigo: lo peor que pudo
pasarle a nuestro pobre país es que yo fuera presidente.
De nuevo
aquella frase repiqueteando dentro de su cabeza. Imaginándose alguna
declaración sincera del Presidente de la República, ante los hechos de rapiña y
caos, y desde luego, con la vana ilusión de una medianamente decorosa renuncia.
Al final recordó lo que seguía en el texto:
“No me mire así, señora”, le dijo de buen tono.
“Estoy hablando con el corazón”. Y luego, volviéndose a Homero, termino: “Menos
mal que estoy pagando cara mi insensatez”.
Y recordó
también el título del cuento, Buen viaje
señor presidente y al autor Gabriel García Márquez, por supuesto.
La turba
enardece los sentidos. Embota los sentimientos. El sonido de los cristales que
se rompen. El griterío de la gente. Las costumbres y los hábitos. La educación
que se mama. Que se mama sólo lo que se quiere mamar. La cultura que no ha
valido para sentar a los políticos en los banquillos de la justicia. La
intransigencia de unos pocos. La malicia. La gendarmería correteando jóvenes.
La risa desternillada de quien toma los videos, la fotografía oportuna. La
cabeza que da vueltas y vueltas buscando el meme chusco. Las noticas amarillas.
Tomó entonces el tubo y en medio de la oscuridad, anónimo, asestó el golpe
preciso, insonoro entre tanto griterío, entre tanto escándalo, cauteloso y
precavido hurgó en la vitrina, de aquel pequeño establecimiento. No había en su
rostro pena alguna. La turba enardece los sentidos diría más tarde a su mujer,
mientras que, de las bolsas de camisa, pantalón y chamarra iba sacando las plumas
y los relojes mont blanc.
-Mira,
estos son de dama. Dijo ella, mientras iba poniéndoselos en la muñeca.
Al final
de aquel día tan lleno de exabruptos, rumores y noticias, reían. Saqueadorcito, el french poodle, con la
cola levantada alegremente y con las Sabritas en el hocico, se veía muy tierno
y bien valía aquellas risas.
© 2017 By
Oscar Mtz. Molina