sábado, 30 de junio de 2012

El internado: (XV) Manolo’s Bar


La cabeza comenzaba a darme vueltas. Levanté el tarro y apuré la cerveza antes de que la primera náusea me indicara que tenía que parar. A través del líquido claro volví a descubrir la figura del hombre, temblorosamente distorsionado, que se había unido al grupo hacía unas cuatro rondas. Por extraño que parezca, fue la distorsión de su imagen la que me hizo reconocerlo, finalmente.

            ¾Ya sé quien es ese hijo de la chingada ¾susurré a Tanamazte, empeñado en romper su quinto caballito tequilero.

            ¾Ya olvídate de él; nunca lo hemos visto ¾restó importancia al hecho y soltó un grito de triunfo cuando el cristal quedó pulverizado entre sus dedos¾. ¡Uno más, pinche Cocús! ¡Uno más!

Levantamos nuestra copa, festejándolo.

Después del brindis me volví hacia Osiris ¾que así se llamaba el hombre de la imagen distorsionada¾. Fastidiarlo un rato sería un acto de justicia.

            ¾Usted es músico, ¿verdad?

            Osiris se me quedó viendo con ojos vacunos. Los asiduos al Manolo’s lo conocía: el antro daba servicio de bar durante el día y de centro nocturno por las noches. Por alguna extraña razón, los médicos tenían cierta predilección por aquel lugar.

            ¾¿Y usted cómo lo sabe, joven?

            ¾Luego luego se le nota. Además, lo he oído tocar, aunque en este momento no recuerdo dónde. A lo mejor fue en la televisión.

            Osiris movió la cabeza afirmativamente, satisfecho. Y para elevarse más sobre este grupo de simples médicos mortales, desplegó su curriculum vitae mencionando locales, tríos, bares, estaciones de radio y televisión.

¾Le faltó mencionan el Salón Bach —recordé de pronto.

            La sonrisa de éxito que tenía se desvaneció de su rostro y sus ojos se hicieron más inquisitivos, expectantes, como si quisieran penetrar las profundidades de mi cerebro. A continuación hizo una disertación con la que trató de explicarme que podía tocar en cualquier lado menos, por circunstancias que no venían al caso, en el sitio dónde fue asesinado muchos años antes —y en otra ubicación— Guty Cárdenas, el Ruiseñor Yucateco.

¾Tú debes comprender que eso de asesinatos y cantantes baleados, pues no es muy agradable para alguien que vive de la tocada, ¿no? ¾y apuró su copa, para limpiar su garganta de palabras.

            ¾A parte de ratero, es usted un pinche puto miedoso ¾le espeté, levantándome y dispuesto a partirle la madre y cobrarle todo lo que nos habían estafado él y los meseros, en una noche de parranda. Además del susto que nos dieron, pensé, recordando aquella noche, previa a un examen bimestral de la universidad.

El doctor S. M. no estaba muy contento.

            ¾Miren, chavitos. Mañana tienen un examen. A esta hora deberían estar en sus casas durmiendo o dando una última repasada al examen.

            El Rompecorazones Bazae soltó la carcajada.

            ¾Hoy tengo ganas de seguir la parranda ¿o qué? ¿Te agüitas?

            S. M. apuró su copa. A pesar de haber bebido a la par de todos parecía no embriagarse nunca.

            ¾Perfecto, escuincles pendejos. Seguiremos la parranda. Pero la van a seguir a mi ritmo. Vamos a ver que tan cabroncitos son.

            Y a continuación pidió tres rondas más y la cuenta. Y nos dedicamos a visitar dos o tres antros hasta terminar en el Salón Bach. Como buen cantante que era, Bazae llamó a un músico que iba de mesa en mesa. Antes de media hora, Bazae, Tanamazte y Podrosoa descansaban la cabeza sobre la mesa.

            ¾No aguantan nada. Tienen salida de caballo y llegada de burro —comentó S. M.

            Aproveché un receso del músico para ir a orinar. Ya volvía, cuando, llevado por un impulso cleptómano, tomé un par de chicles de una mesita que estaba allí. Al terminar la última canción, los bellos durmientes despertaron; había llegado el momento de hacer cuentas y pagar. Como era la costumbre S. M., recibió la nota. La sorpresa al verla fue mayúscula: nos cobraban el doble de canciones que se habían tocado y el doble de bebidas ingeridas. La discusión comenzó y nuestra mesa fue rodeada por Osiris que instaba a los meseros a que nos partieran la madre si no pagábamos. Ante tal injusticia, nosotros estábamos dispuestos a ir a la batalla y arreglar las diferencias a puños. Pero el doctor S.M., que siempre era quien pagaba, sacó la tarjeta de crédito y solucionó el asunto. Estábamos por salir de allí cuando un mesero se acercó.

            ¾Ah... y los dos chicles de menta que agarró este buey, son de gratis.



Osiris ya no contestó. En su cara se reflejaba el temor; en la mía, el placer que da hacer justicia. Disfrutaba como nada aquel momento. Seguramente —cinta café de karate como era—, el tipo no me duraría tres golpes.

            ¾Será mejor que te vayas, Osiris ¾lo instó el doctor X, Jefe de Urgencias—. Y  no te preocupes por la cuenta.

Imagen tomada de la red: Guty Cárdenas (1905-1932), trovero yucateco asesinado en la Ciudad de México en el antiguo Salón Bach.

domingo, 17 de junio de 2012

Barrunto


Despierto en la madrugada con la boca seca. Voy a la cocina, abro la nevera y saco la jarra, que en vez de agua contiene una cara con la boca abierta por donde sale una lengua polvosa y aplanada. Tengo sed, me dijo con voz aniñada. Con violencia me incorporo de la cama con lumbre en la garganta y mi corazón a galope. Estoy inmóvil y aniquilado esperando la mañana.


Imagen tomada de la red.


jueves, 7 de junio de 2012

Museo de Patología, Hospital General de México


En aquellos lejanos días del año 2007 los doctores Espinosa y Estrada, profesores de patología en el Hospital Pemex Norte, dejaron como trabajo extra visitar el Museo de Patología de la Facultad de Medicina de la UNAM en el Hospital General. Es bien sabido que no todos los alumnos tienen el gusto por visitar museos y se torna una visita obligatoria; además nunca falta el salitre que ya estando en dicho lugar sufra algún accidente con su cámara y uno termine sacando todas las fotos. De los bellos días de estudiante solo me quedan recuerdos y fotos, hoy se las comparto.









Macrofotografía de un producto de 18 semanas de gestación. Mola incompleta.















Adenomarcinoma de la cabeza del páncreas y absceso colangítico (colelitiasis).













Megaesófago por acalasia.

















Absceso hepático amibiano abierto a pulmón derecho.










El Servicio de Patología del Hospital General de México fue fundado en 1953, por los Dres. Ruy Pérez Tamayo y Franz Lichtenberg, desde sus inicios se estableció un convenio con la Facultad de Medicina de la UNAM, para que a su vez fuera la sede del Departamento de Patología de dicha facultad.
En los años 80 bajo la dirección del Dr. Héctor A. Rodríguez Martínez se consolidó el museo de piezas anatómicas.


Fotos: DIANA RHM 2007.
Piezas anatómicas del Museo de Patología, Hospital General de México

lunes, 4 de junio de 2012

Yolanda Fromow Valdés y Walter Alejandro Jiménez Leo Lim


Yolanda era una chica de sonrisa coqueta y despreocupada. La única vez que la vi realmente molesta (y ofendida) fue en la fiesta de fin de internado, cuando se le entregó el diploma a “La tortuga de Oro”. Cuando estuvo junto a mí me dijo: “Manuel, me conoces desde inicios de la carrera, sabes que tengo otros méritos que pudieron ser reconocidos”. Tenía razón: tocaba la guitarra muy bien y la acompañaba con una hermosa voz; a 25 años de distancia aún recuerdo sus interpretaciones de “Por los caminos del sur”, “Yolanda” y “El breve espacio”. Los duetos con Enrique Báez eran fenomenales. Sin embargo, en aquel momento no se trataba de premiar a lo mejor de cada interno, sino aquello que lo caracterizó negativamente durante el año de internado. Hubo varios compañeros que se llevaron “La Cofia” de oro, plata y bronce, y fueron sus parejas enfermeras en turno quienes los galardonaron. Yo mismo recibí el diploma a “Getas 88” (seguramente por mi excelente carácter), y mi principal contrincante fue Walter, su novio. (Walter también se enfureció cuando el maestro de ceremonias lo llamó al frente y le entregó su premio: “La Cadena de Oro”. La Cadena de Oro porque no se despegaba un instante de Yolanda; al grado que muchas veces era ella quien nos pedía lo convenciéramos de acompañarnos a la parranda.)

            A Walter Alejandro lo conocí jugando futbol. Enrique Báez, amigo en común, nos invitó a su equipo. Después estuvimos los tres en la selección de futbol de la Facultad de Medicina, donde conseguimos un segundo lugar. Sin embargo, de las cosas que más recuerdo de Walter fue su inicio de internado: a la segunda o tercera guardia ya estaba metido en problemas. Su carácter impulsivo, aunado a su brillantez como estudiante, lo hacían confrontarse fácilmente con todo aquel médico o enfermera de conocimientos más bien mediocres. Un residente de primer año de ginecología y obstetricia dio a Walter una orden que éste consideró no debía cumplir, pues iba en detrimento del paciente. Ante la insistencia del residente, Walter perdió la calma y le dijo que era un pendejo que no merecía estar haciendo una residencia y que antes de dar cualquier orden, primero se pusiera a leer. Y para que no quedara duda, le indicó el capítulo de Medicina Interna de Harrison, donde podía leerlo. Un residente sensato habría parado ahí el problema, pero no aquel idiota, que no dudó en acusarlo ante sus superiores. Desde luego, nunca dio los motivos reales. El resultado para Walter fue una mala calificación en ginecología y obstetricia, y en cada uno de los servicios subsecuentes. Nunca supe de alguien que fuera tan mal calificado por lo que se decía de él, antes que por sus conocimientos.

            La relación entre Walter y Yolanda comenzó como argumento de telenovela. Jesús estaba enamorado de Yolanda, a Yolanda le gustaba Walter, a Walter le atraía Yolanda, pero apreciaba la amistad de Jesús. Un día Jesús me pidió hacerla de celestino en su favor. Yolanda me dijo que Jesús no le gustaba más que como amigo, pero que si quería ayudarla, entonces le echara la mano con Walter. Fui y conté a Walter lo que Yolanda me había dicho. Walter y Yolanda se hicieron novios, y Jesús se molestó conmigo un tiempo. Nadie imaginó entonces que, aquello que comenzó una tarde como cotorreo en la residencia de internos, entre tazas de café soluble, llegaría al matrimonio, al nacimiento de una hija y que terminaría cuatro años después en un accidente automovilístico. Cuando fallecieron, aquel 4 de junio de 1992, Yolanda era residente de cirugía plástica y Walter de cardiología. Su pequeña Yolanda y Jorge, hermano de Walter, los acompañaron en su viaje.

Los recordamos sus amigos: Florentino Olguín, Pedro José Delgado, Jesús Díaz Vázquez y José Manuel Ortiz Soto, y demás miembros de La Cofradía, que andan por ahí.

Imagen de Luis Cegueda.