viernes, 22 de abril de 2011

Espera

A Tania, que esperamos tenerla de regreso pronto.

Frágil es tu cuerpo ausente de este miedo
Sordo el dolor en tu sueño hoy inducido
De tus costados brota como un río la angustia
Y tus piernas se aferran a su andar por esta tierra, mujer
Ahuyento los buitres que acechan hambrientos a tu pecho
Ella te ronda, ávida de ti, de tu breve juventud para su sed marchita
Temerosos sollozamos al pie de tu cama
Frágil niña de barro, te acompaño en tu oscuro sufrimiento
Paciente aguardo el brillo intenso de tus ojos

domingo, 17 de abril de 2011

Ojo de Escher


No sé si estoy al otro lado del espejo
soy una imagen que nunca se detiene
hace tanto que dejé los sueños
tal vez fue en entonces
cuando Alicia confundió la ruta
juran que la han visto a veces
asomar de las pinturas de Escher
en la geometría el tiempo
si arrojas contra el viento la primera piedra
la segunda, la tercera…
mañana habrá en el aire otra montaña
y en tu rostro la mirada de otro espejo

Imagen de Escher: Escher Eye

sábado, 16 de abril de 2011

Balinesas

Reproducción de pintura de "Chamaco" Covarrubias

Técnica: Repujado en lámina de aluminio. Envejecida. Pátina dorada.

viernes, 8 de abril de 2011

El bebé de doña Licha

— ¡Doctor, doctor! ¡El niño no respira!
Me lo dijo a gritos el mozalbete. Dejé a los estudiantes, a quienes les impartía la clase de Biología en la naciente secundaria de Cox y salí corriendo, tomando el atajo para llegar a mi consultorio, donde doña Licha, la mamá, ya instruida, le daba con el dedo índice masaje al corazón del bebé de quince días de nacido.
Ese niño había llegado a deshoras, la madre con poco más de cuarenta años, nunca pensó que la providencia le diese otro hijo. Dos días antes se presentó en el consultorio diciéndome que los cólicos no se le quitaban al recién nacido. Habían probado remedios caseros y hasta algunas gotas que un dentista había recomendado. Después de observarlo detenidamente, y por su edad, sospeché que el niño podría tener un tétanos.
Cox en aquel tiempo estaba incomunicado, había que recorrer de tres a cuatro horas a caballo y después otro tanto para llegar a la ciudad. O bien esperar a que bajase la avioneta si el tiempo lo permitía. El pronóstico de dicha enfermedad en ese medio o en cualquiera sigue siendo grave, pero en aquel tiempo era mucho más.
¿Qué me hizo aceptar un reto de tal envergadura, si lo más sencillo era decirles a los padres que  lo llevaran a un hospital? No lo sé, si volviera a estar en una situación similar, les diría: “esto no puede tratarse aquí, requiere de especialistas y de cuidados intensivos”.
El bebé estaba grave; y a los ojos de los padres debieron verlo más. Recuerdo que llegó el cura Panchito y luego quien sería su padrino. En el consultorio fue bautizado con el nombre de Mario. Don Servando, su papá, me dijo: “no lo llevaremos a la ciudad, se lo encomendamos a Dios y a usted, doctor”, quizá esa fue la motivación y hablé con la mamá, que la necesitaba al lado del bebé. Las contracciones eran tan fuertes que el niño dejaba de respirar y el corazón se detenía, por lo que tuve que adiestrarla en reanimación. ¡Qué mejor enfermera que la mamá!
Recuerdo que me cuestionaba: si el niño tiene contracciones musculares, debería responder a sustancias relajantes. Para ese momento tenía al bebé con soluciones intravenosas, antibióticos, penicilina cristalina, y doña Licha se sacaba la leche y la daba con un gotero, pues no podía mamar. Teníamos botellas de agua caliente a toda hora, ya que en las madrugadas bajaba la temperatura en aquel pueblo de la montaña. Todos los días se aseaba del muñón umbilical.
Cómo llegué a deducir que el Diazepam podría servirme, no lo sé. Pero recuerdo haberme dicho: si diez miligramos sirven para un sujeto de 60 Kg, ¿cuánto tendré que ponerle al bebé? Tenía muy presente que la sustancia es altamente irritante para las venas, así que la diluí en suero y se la instalé gota a gota. Fue increíble, el número de veces que dejó de contraerse se redujo a una o dos en el día. Sabía de antemano que era imprescindible no descuidar la hidratación, la alimentación, el suministro de antibióticos y por supuesto se habían mandado a traer de la ciudad la antitoxina. Creo que el amor de la madre, los rezos que ella hacía, fueron insubstituibles para que el infante cruzara la delgada línea que hay entre la vida y la muerte.
Un día llegó doña Licha y me presentó a su hijo… un muchacho enorme, lo saludé y lo abrace como a un hijo mío que no hubiese visto en veinte años. En alguna ocasión, recuerdo que dijo su mamá: “le debimos de haber puesto Rubén, yo creo que Diosito lo mandó a estas tierras”. Yo me quedé pensando, que no en todos mis pacientes tuve aciertos y en uno de ellos aún bajo la cabeza y pido perdón a la madre por no haberlo salvado.

jueves, 7 de abril de 2011

La gran rata gris


Se caló los lentes, abrió el hocico y mostró unos enormes dientes blancos. Acarició sus bigotes puntiagudos y sonrió, dando así la bienvenida a sus nuevos alumnos.
            ¾¿Se captó la idea? ¾fue la primera palabra que retumbó en el aula, enigmática. De un portafolios repleto de papeles, extrajo ulgunas revistas¾. Que no son información de segunda o tercera si no, fíjense nada más quien firma: OMS, ¡la Organización Mundial de la Salud! ¾trituró un pedazo de queso añejo y el ruido de sus muelas sonó como una máquina masticando pedacitos de acero. Los cristales del aula castañearon.
           Sería un curso pesado.


Imagen tomada de la red.

viernes, 1 de abril de 2011

Del anecdotario: Doña María (la Abuelita)


Muerte y lujuria, José Clemente Orozco.


La suripanta, José Clemente Orozco.

Para los viejos del pueblo -incluidos entre estos a mis propios padres-, doña María seguramente fue un personaje inexistente o, a lo sumo, uno muy insignificante. Para nosotros, al contrario, fue sin la menor de las dudas, el más notable de ellos. Doña María era conocida en el bajo mundo de nuestra adolescencia como: la Abuelita. Y ejercía como bien habrán sospechado, el oficio más antiguo del mundo. Según me cuentan, en aquellos ayeres la buena mujer rondaba los cincuenta y ocho años, vivía al otro lado de las vías del tren, muy cerca del centro del pueblo y que era, sobre todas las buenas referencias, amen de comprensiva, muy cariñosa. Apelo aquí a mi inocencia y mi pudor, pero sobre todo a la ventaja que me da haber sido yo y no otro el que cuenta esta historia, para dejar en claro que jamás aquellas mis necesidades fueron cubiertas por la Abuelita. De allí el recurso narrativo de: me cuentan...
      Me cuentan pues, que habiéndose presentado con ella un buen amigo de la infancia, y que a la sazón andaría alrededor de los dieciséis abriles, y después por supuesto de haber cubierto sus más ancestrales necesidades, cayó en cuenta de que no llevaba ni una sola moneda para el pago requerido por la buena suripanta. Rogó, ensayó la mejor cara de compungido, se apenó, entornó los ojos, y en fin, puso su mejor empeño, y la más florida lengua, para lograr con aquellos gestos lo que los cánones marcaban como absolutamente útil, en el supremo afán de salir lo mejor librado de dicha circunstancia. La buena mujer, comprensiva hasta la pared de enfrente, aceptó resignada aquellos gestos de arrepentimiento que debía considerar como su pago.
      Pasaron apenas unos días, y estando doña María de compras en el mercado del pueblo, se topo de pronto con la señora Z -madre de aquel amigo neo-desvirgado-, Hay mamita, dijo doña María, me da mucha pena abordarte en estas circunstancias, pero fíjate que tu hijito me quedó a deber 20 pesos. La señora Z, ligeramente turbada, y habiendo reconocido en aquella mujer a quien las lenguas del pueblo tenían bien identificada, sacó de su monedero los pesos y los colocó en la mano que se extendía, sin ningún remordimiento, abierta.
      Era el pueblo, eran los años setentas, eran las ansias y las angustias, eran las buenas gentes que acompañaban nuestras vidas, eran también las madres a las que de algún modo, les aliviaba saber que para todo había almas buenas y caritativas.

Salto de Agua Chiapas, verano de 1974.


By Oscar Mtz. Molina